martes, 20 de enero de 2009

Los dos consolados

Hace tiempo, he pensado en contar aquellas cosas que desaniman mi vida y cosas peores. Lo pienso simplemente, porque el animo nunca es suficiente para ponerme a escribirlo. Sin embargo constantemente pienso en ello, lo recuerdo y me lastimo a mi misma. Quizas, contandolo lo alivie un poco, ya que esto lo hago en silencio, en soledad. Ha pasado mucho tiempo desde que han pasado algunas cosas, sin embargo me duelen tanto como en aquel momento.

Normalmente suelen surgir estos recuerdos en mi cama, cuando intento dormir y no puedo, que es lo que habitualmente sucede. Pero muchas otras veces surgen simplemente de ver algo que me lo haga recordar y sin hacer ni un mínimo gesto, comienzo a llorar. A veces son unas simples palabras, que no hacen recordar nada, pero duelen, aunque no fueran concevidas para esa funcion.

Hoy paso algo, que me dio fuerzas para contar, sin embargo no lo haré.

¿Por qué? Pues se lo diré. Pensaran que de golpe nombrar a los Emos quite prestigio a mi palabra. Yo no pertenesco, ni menos, a este grupo tan particular. De todos modos he oido a muchas personas decir que son unos chicos malcriados, de un alto poder socio-económico; lo unico que ellos piensan es en sus problemas que no merecen ni un poco de preocupacion. Lo tienen todo, se nota que jamas han sufrido realmente... entre otras cosas.

No escribo para defenderlos, sino para justificarme. Antes de que yo pueda escribir sobre mis problemas, y que comienzen a opinar que son insignificantes o a consolarme. Pretendo que lean el siguiente cuento de Voltaire, que vino a mi mente.

Los dos consolados
de Voltaire



Decía un día el gran filósofo Citofilo a un dama desconsolada, y que tenía sobrado motivo para estarlo:

-Señora, la reina de Inglaterra, hija del gran Enrique IV, no fue menos desgraciada que vos; la echaron de su reino, se vió a pique de perecer en el Océano en un naufragio, y presenció la muerte del rey su esposo en un patíbulo.

-Lo siento por ella - dijo la dama

Y volvió a llorar sus desventuras propias.


-Pero acordaos- dijo Citofilo- de María Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo músico que tenía excelente voz de bajo. Su marido mató al músico, y luego su buena amiga y parienta, la reina Isabel, que se decía doncella, le mandó cortar la cabeza en un cadalso colgado de luto, después de haberla tenido dieciocho años presa.

-¡Cruel suceso! -respondió la dama.

Y se entregó de nuevo a su aflicción.


-Bien habréis oído mentar - siguió el consolador-la hermosa Juana de Nápoles, que fue presa y ahorcada.

-Recuerdo vagamente oído hablar de ello- dijo la afligida.


-Os contaré- añadió el otro- la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada después de cenar, y que ha muerto en una isla desierta.

-Toda esa historia la sé- respondió la dama.


-Pués os diré lo sucedido a otra gran princesa, mi discípula de filosofía. Tenía su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entró un día su padre en su aposento y cogió al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecían, y la princesa también con la cara muy encarnada. Disgustó tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudió la más enorme bofetada que hasta el día se ha pegado en toda su provincia. Cogió el amante las tenazas y rompió la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo a la muerte, y aún tiene la señal de la herida; la princesa desalentada se tiró por la ventana y se estropeó una pierna, de modo que aún el día de hoy se le conoce que cojea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fue condenado a muerte por haber roto la cabeza a tan alto príncipe. Ya podéis pensar en qué estado estaría la princesa cuando sacaban a ahorcar a su amante; yo la iba a ver con frecuencia cuando estaba ella en la cárcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.


-¿Pués por qué no queréis que yo piense en las mías?- le dijo la dama.

-Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, ya que si tan grandes damas han sido tan desafortunadas, no parece bien que os desesperéis. Contemplad a Hécuba, contemplad a Niobe.

-¡Ah!- dijo la dama- si hubiese vivido yo en aquel tiempo o en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubiérais contado mis desdichas, ¿os habrían acaso escuchado?


Al día siguiente perdió el filósofo a su hijo único, y estuvo a punto de morir de dolor. La dama hizo establecer una lista de todos los reyes que habían perdido a sus hijos y se la llevó al filósofo, el cual la leyo, la encontró muy puntual y no por ello lloró menos. Al cabo de tres meses se volvieron a ver, y se pasmaron de hallarse muy contentos. Levantaron entonces una hermosa estatua al Tiempo con este rótulo:


A aquel que consuela

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Bien, creo que con esto queda claro mi punto de vista verdad. No por ser mas jovenes o porque nuestros problemas sean "menores" nos doleran menos o seran menos importantes que las de otras personas. Creo que por hay cosas peores en el mundo debamos olvidarnos de nosotros, que vivimos una sola vida y que es tan importante como la de cualquier otra persona. Y tampoco estoy de acuerdo con que porque alguien sea mayor que uno, sepa mas, sea mas sabio, o conosca todos los misterios de la vida, subestimando lo que uno piensa o siente. Quizas uno a vivido poco tiempo, pero a vivido mas experiencias.

En cuanto a mi edad, tengo 19, no me considero una niña, ni una adolescente, ni una adulta. No me gusta catalogarme y por lo tanto soy simplemente yo, con la edad que tenga.

Me parecio correcto poner esto antes de escribir cualquier cosa para que ningun sabelo-todo venga a desmerecer lo que me pasa. Espero que en la proxima pueda contar algo de verdad.

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